Tal día como hoy, en 1931, el psicólogo norteamericano Winthrop Niles Kellog, especializado en conducta y el aprendizaje, decidió criar a su hijo Donald con una cría de chimpancé de 7 meses de edad llamada Gua. Introdujo al chimpancé en su familia, y los crió como si fueran hermanos. El resultado fue sorprendente…

Donald & Gua Kellog

 

Su objetivo era estudiar las similitudes y diferencias en el desarrollo de ambos individuos cuando son tratados de idéntica forma, comparar científicamente la evolución de los dos pequeños. Su hijo Donald entonces tenía 10 meses. Los resultados fueron sorprendentes. La chimpancé aprendió antes que el bebé a comer con cuchara y a dejar de mojar los pañales.

Enseguida quedó demostrado que la chimpancé era capaz de hacer propios una gran cantidad de patrones humanos. El desarrollo de Gua fue mucho más veloz en lo que se refiere a habilidades locomotoras, ya que los humanos necesitamos más tiempo para madurar, lo cual representa una ventaja en el aprendizaje. La chimpancé también fue capaz de responder hasta un total de 95 frases como “besa a Donald” , o “enséñame la nariz”. Y, ¿qué hay respecto al niño?

Los “logros” no fueron tan evidentes en el caso de Donald, al menos no en cuanto a lo que estamos acostumbrados en el desarrollo habitual de un niño de su edad. Y el niño empezó a imitar a Gua, de manera que cuatro meses después de vivir con su nuevo hermanito, emitía gruñidos para indicar que tenía hambre, lamía los restos de comida del suelo y mordisqueaba los zapatos. Los patrones de comportamiento de la chimpancé eran muy bien asumidos por Donald.

Al año y medio, una edad en la que la mayoría de los niños dicen al menos medio centenar de palabras, Donald sólo sabía seis, y se comunicaba con los sonidos de la chimpancé que había ido aprendiendo. Al pensar que el niño estaba en pleno proceso de animalización, Kellogg detuvo el experimento. No sabemos qué hubiera pasado si el chimpancé hubiera acompañado al bebé desde su nacimiento, o si el proceso se hubiera alargado, lo cierto es que me parece impresionante la capacidad de imitación entre el pequeño y la cría.

Los “niños salvajes” no aprenden a hablar y a desarrollar conductas “humanas” porque carecen del entorno social entre sus semejantes, pero vemos cómo tan sólo la influencia de un animal puede animalizarnos en cierto modo, en una etapa tan sensible y tan receptiva del desarrollo del niño.

Varias de las conductas aprendidos de Gua quedarían patente durante toda la vida del pequeño Donald.

Los estudios de Winthrop N. Kellogg al criar a un chimpancé junto a su bebé quedaron reflejados en el libro “The ape and the child”. “The Mind of an Ape” de David Premack, recopila varios experimentos similares.

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