Tal día como hoy en 1939 empieza uno de los estudios más duros de la psicología moderna. Apodado por otros psicólogos como «el estudio monstruo», se pretendía inducir la tartamudez en niños sanos que no la presentaban.

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El estudio estaba dirigido por Wendell Johnson, un especialista en transtornos del lenguaje de la Universidad de Iowa. Formó dos grupos de niños.

Uno de control con los cuales se mantendría una actitud positiva y amable, alabando la fluidez de su habla y construyendo seguridad en los niños sobre su discurso, y luego aparte, un segundo grupo que serían el objeto del estudio. Con estos otros niños, todos previamente sanos y sin problemas apreciables en el habla, les remarcaría constantemente  todas las imperfecciones de su habla y diciéndoles que estaban desarrollando tartamudez. Iniciaba conversaciones con ellos y, aunque no tartamudeasen, los interrumpía para decirles lo mal que hablaban, que apenas se les entendía, que se atrabancaban sus palabras y parecían deficientes mentales.

El estudio duró 4 meses, entre Enero y Mayo de 1939. Ese tiempo fue suficiente para que la tartamudez inducida durante ese periodo les acompañase toda la vida. Las consecuencias fueron terribles y algunos de esos niños desarrollaron trastornos psíquicos. Además eran niños huérfanos provenientes del orfanato de Davenport, que habrían sido elegidos porque eran más vulnerables y tenían menos defensa que otros niños.

El experimento nunca se llegó a publicar para salvar guardar la reputación de su realizador. Años más tarde en 2001, la Universidad de Iowa se vió obligada a pedir perdón y a pagar una indemnización económica a los afectados.

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El estudio, como hemos dicho, se le calificó de monstruoso. Y sin embargo apela a un elemento que desgraciadamente es cotidiano. El poder de la crítica destructiva y los efectos desvastadores en el ser humano, especialmente en la más tierna infancia.

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