Amable Principito,

En el séptimo planeta, ahora ya somos siete mil millones de habitantes, contando reyes, vanidosos, bebedores, contables, faroleros, geógrafos, exploradores y vendedores de pastillas para la sed. Aún así, seguimos cabiendo todos juntos en dos islotes del Pacífico.

Los desiertos de color miel, siguen estando vacios y las estrellas casi no se ven porque los faroles en la ciudad, dan más luz que ellas. La noche se ha hecho de día y parece que la oscuridad brilla.

Cuando te fuiste, los hombres serios escribieron sobre los derechos de los humanos y cartas a la Tierra. Los contables anotaron todas estas cosas en sus libros de leyes, también apuntan números que cuentan lo que no existe y cuando lo anotan hacen que alguien luego se lo deba, creo que era más noble el rico contador de estrellas, que creía poseerlas.

El explorador se marchó a Marte buscando nuevos datos de montañas y ríos para los geógrafos, porque piensan que la Tierra es efímera, como tu flor.

Los ciento once Reyes ahora son demócratas y hablan de sufragio universal dentro de un nuevo orden mundial, palabras que no entiendo pero a ellos les gusta ser universales, ya lo sabes. Ordenan a su pueblo que se lance al mar, ni siquiera son razonables como el rey que tú conociste vestido de armiño, andan con los bebedores brindando para olvidar su autoridad y el fin de su historia.

Los ritos se acabaron hace mucho para los hombres, una hora no se distingue de la otra, ni acostumbran ya a festejar las tardes de baile o a esperar la feliz hora, ya no vestimos el día de alegría. En cambio nos constituimos con normas de papel que nos embalan. El lenguaje sigue siendo fuente de malentendidos, tanto que los filósofos tratan, vidas enteras, de descifrar las palabras mayúsculas como Leyes, Gobierno, Sociedad, Estado… pero los hombres no logran entender, siguen sin conocer ni conocerse, no quieren hacerse responsables de su libertad, no sabrían que hacer con ella. No tienen tiempo pues lo perdieron intentando ahorrarlo.

Llegó la tecnología que nos hace ir con la cabeza baja, sin mirar los campos de trigo, sin recordar nada… Solo el viejo zorro recuerda bajo el manzano.

Aquí nadie limpia los volcanes y los corderos no quieren salir de sus cajas. Las rosas siguen siendo todas iguales y además han perdido su aroma. La manzana se niega a caer del árbol, porque la tierra ha decidido no atraerla, la gravedad se ha declarado en crisis grave y tiene la tensión descompensada. La serpiente ha olvidado todos los enigmas y desde tu partida sigue enroscada en sí misma. El planeta se llena de malas semillas que causan más destrozo que los baobabs en tu hogar. La mala hierba no tiene disciplina y crece por cualquier esquina.
Desde luego los mayores siguen siendo muy raros, hablan de libertad y no saben qué hacer con ella. No han aprendido a domesticarla.

Los vendedores de pastillas para quitar la sed siguen con sus negocios mientras nos mienten porque tú sabes, como sé yo, que la sed solo la sacia el agua de la fuente.

A veces, en la noche, oigo los cascabeles de tu risa, un eco viene de las estrellas y de pronto, pienso en tus volcanes y te veo negro de hollín. Sé que eres feliz con tu rosa bella mientras miras las puestas de sol con ella. Entonces, comprendo que el tiempo no pasa para los recuerdos y que tu esencia es invisible a los ojos, pero hay quien te ve y te oye con el corazón.

Merci Petit bonhomme.

Por Maite Gonzalez.

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