Tal día como hoy en 1960, fue durante el debate de los candidatos a la presidencia del EE.UU., Richard Nixon y Robert Kennedy. En aquel debate sucedió un hecho curioso que cambió la forma de hacer política para siempre. Los ciudadanos que siguieron el debate por la radio, opinaban que había habido un claro ganador: Richard Nixon. Sin embargo, la gente que siguió el debate por televisión estaban convencidos de lo contrario, el claro ganador era Kennedy. Algo raro había pasado para que se produjeran estas opiniones encontradas, puesto que además eran millones de personas en cada grupo.

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La respuesta es que Nixon, convencido de su mayor experiencia política, fue al debate sin cuidar su imagen, por el contrario, Kennedy, iba impecablemente vestido, asesorado de como se vería su imagen en las televisiones en blanco y negro de la época y luciendo un bronceado que le hacía ver más saludable que a Nixon, que además sudaba por los focos del plató de televisión haciéndole parecer más nervioso. El resultado es que electoralmente, Kennedy ganó el debate porque fue más gente la que lo vio por televisión. La política jamás olvidó la lección: en un debate la imagen es más importante que lo que se dice.

Así nació la telegenia, es decir, la cualidad de lucir bien en televisión, y actualmente  está tan sofisticada, que han cambiado la cultura política hasta el punto que el politólogo francés Bernard Manin habla de la Democracia de Audiencias.