Neurodetectores de mentiras

 

Por Miguel Ángel Ruiz

La revolución de las neurociencias podría transformar próximamente los procesos judiciales tal y como los conocemos. Ya se aplican las “máquinas de la verdad” en varios países de todo el mundo, un modelo que se está empezando a imponer. Se puede ser condenado sin siquiera abrir la boca. Sin embargo, un nutrido grupo de científicos está rebelándose contra lo que consideran, una cruda realidad de intereses creados sin base científica. ¿Estamos a punto de ver transformarse la justicia?

 

Desde que el hombre es hombre la mentira le ha acompañado en su viaje a través del tiempo. De hecho la mentira forma parte consustancial del ser humano, por ejemplo, si un niño no elabora una mentira entre los 2 y 4 años de edad aproximadamente, podría tener un trastorno neurológico. Ya en la antigüedad, los diez mandamientos de Moisés prohíben levantar falso testimonio y, desde entonces, han sido muchos los intentos de identificar la mentira y diferenciarla de la verdad. Los métodos de tortura, los interrogatorios, el polígrafo o el suero de la verdad han sido intentos modernos por distinguir una de otra. Pero la experiencia ha demostrado que son falibles. Un informe publicado en 2003 por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos desaconsejaba el uso del polígrafo concluyendo que no servían para el defender la seguridad nacional tal y como se pensaba. La experiencia les daba la razón, por ejemplo, Aldrich Hazen Ames, agente doble de la CIA y el KGB había pasado la prueba del polígrafo varias veces entre 1985 y 1991. No era un caso aislado, otros agentes dobles como Ana Belén Montes, Leandro Aragoncillo o Karel Koecher habían engañado al polígrafo de la CIA.

Aldrich Ames

El pentotal sódico, también llamado suero de la verdad, es un barbitúrico de acción ultracorta que actúa como sustancia hipnótica y que deprime la capacidad de respuesta del individuo. Se ha usado en interrogatorios bajo el supuesto de que la mentira necesita una elaboración mental más compleja que la verdad, y bajo los efectos de una droga que deprima las funciones cerebrales, teóricamente, no se podría mentir. Este hecho ha sido desmentido por la práctica de varios servicios de inteligencia y en España fue prohibido en 1991.

Sin embargo, la incipiente revolución que están suponiendo las neurociencias ha retomado el viejo problema de la detección de la mentira con nuevas aportaciones. Dichas aportaciones, además, han dejado ya atrás las fases de laboratorio y primeros ensayos para entrar a utilizarse como prueba pericial científica de juicios en varios países del mundo. Hablamos del llamado “test de la verdad”, una prueba que puede ser considerada un neurodetector de mentiras. Los especialistas se preguntan si estamos ante una prueba pericial que se podrá asimilar y será usada ampliamente como ha sido la prueba del ADN, que tras un proceso de deliberación se ha consolidado su uso. O por el contrario, estamos ante un fiasco científico o, peor aún, una máquina de la verdad que viole derechos fundamentales del ser humano y deba ser por consiguiente prohibida.

Los neurodetectores de mentiras, toman especial relevancia en la justicia penal, aquella que se ocupa de las cuestiones criminales y que comprende las penas más severas en la cual un error probatorio puede costar varios años de cárcel a un inocente.

La neurodetección de la mentira ya se usa.

Se aplicó por primera vez en el año 2000 en Estados Unidos, concretamente en el caso de Terry Harrington, un varón norteamericano de raza negra que había sido condenado en 1977 por el asesinato de un capitán de policía retirado llamado John Schweer. Harrington había pasado 23 años en la cárcel, a pesar de que no había indicios claros de culpabilidad. Muchas personas creían que Harrington era inocente y habían solicitado una revisión del caso. Fue gracias a un investigador llamado Lawrence Farwell graduado en Harvard, doctor de psicología por la Universidad de Illinois, e inventor de un neurodetector de mentiras propietario y patentado llamado “Brain Fingerprinting” (huellas dactilares cerebrales) del cual se dice que no busca culpables pero si “recuerdos en el cerebro”. El sistema Brain Fingerprinting le fue aplicado a Terry Harrington sin que su cerebro reaccionase a ninguna de las imágenes y detalles del crimen del que se le acusaba. Tal prueba inclinó la balanza judicial hacia la inocencia del acusado, quedando en libertad tras pasar más de dos décadas en prisión por  un delito que realmente no cometió.

Terry Harrington

Distinto es el caso de Aditi Sharma, joven india de 24 años, acusada del asesinato de su pareja, Udit Bharati, mediante envenenamiento con arsénico en un restaurante. En este caso, en el juicio celebrado en 2007, se presentó una prueba obtenida con un neurodetector diferente, un desarrollo también patentado llamado “Brain Electrical Oscillatory Signature” o “BEOS” (firma de oscilaciones eléctricas del cerebro), propiedad del neurocientífico indio del  Instituto Nacional de Salud Mental y Neurociencias de Bangalore Champadi Mukundan. Durante la prueba, Sharma debía escuchar frases seleccionadas por el investigador, frases como “ofrecí a Udit golosinas con arsénico» o «compré arsénico para ponérselo a las golosinas». Posteriormente se analizaba la respuesta cerebral a esas frases. En ningún momento, la joven Sharma llegó a esbozar ninguna palabra, fue la actividad de su cerebro, “respondiendo” a esas frases, la que elaboró la prueba condenatoria que le supuso pena de cárcel por homicidio voluntario. Desde entonces, esta prueba BEOS, se ha usado en decenas de juicios en la India. También se emplea ampliamente en Japón desde hace más de una década, donde acumulan ya miles de usos.

¿Cómo funciona?

Aunque existen diferentes técnicas en este campo, vamos a centrarnos en la que se denomina la prueba de Potenciales Evocados P300, al ser la más representativa y vigente. Básicamente consiste en la monitorización de la función cognitiva del cerebro del sujeto a analizar. Mediante un gorro puede tener hasta 128 electrodos que se fijan en el cuero cabelludo obtenemos una muestra de las respuestas cerebrales a un estímulo externo y que se puede ver cómo se comportan en la pantalla de un ordenador.

Lo que se hace es someter al sujeto analizado a una serie de imágenes repetitivas. La mayoría de ellas son neutras, es decir, no representan ningún tipo de carga emocional. Puede ser un paisaje o un objeto que no estén relacionado con la investigación en curso. Sin embargo, intercaladas entre las imágenes neutras, a razón de 1 a 20 aproximadamente se intercalan imágenes “significativas” que son el verdadero contenido de la investigación (el llamado oddball o elemento extraño, infrecuente). Estas imágenes pueden ser lugares del enterramiento de un asesinato, o utensilios usados para matar a la víctima del crimen y que serían objetos secretos del sumario policial y solo conocidos por la policía y el verdadero asesino. Es necesario realizar la prueba al menos dos veces para mayor fiabilidad.

Así, la actividad del cerebro debería tener una forma imprecisa durante las imágenes neutras y activarse significativamente ante alguna de las imágenes relacionadas con el crimen. Esta actividad se relacionaría con que la mente del asesino reconoce los objetos o escenas y tal reconocimiento es prueba de autoría.

Ese reconocimiento tendría la forma de un P300, que es un lóbulo de energía eléctrica positiva que aparece típicamente unos 300 milisegundos después de la imagen significativa. Si  un individuo no reconoce por ejemplo el arma del crimen, esa curva no se produce. De manera muy simplista diríamos que la P300, sólo se produce si el cerebro procesa información significativa para él. Es por tanto, un material evocado que ha de reconocerse positivamente y que por otro lado, no es un proceso en el cual el investigador accede realmente a los recuerdos del sujeto sino que ha de dar con el estímulo, la foto correcta.

Existen, por supuesto otras técnicas como por ejemplo la resonancia magnética funcional que es mucho más elaborada porque permite técnicas de imagen y que se basa en el fundamente de que se necesita mayor actividad mental para la elaboración de una mentira que para decir la verdad. Sin embargo es precisa una sofisticada discriminación entre las imágenes cerebrales de una verdad y una mentira que tienen amplios margen de error.

 

¿Asistimos al nacimiento de la neurojusticia?

Cualquier ciudadano que haya seguido atentamente este tema desde hace años, podrá tener ya en su colección de recortes de prensa una nutrida carpeta de noticias que desde años han ido abordando el tema de los neurodetectores de mentiras o tests de la verdad.

Para entender el problema que suponen estos adelantos tecnológicos, primeramente hemos de analizar cómo es la información con la que los medios de comunicación de masas están informando (y educando) al gran público sobre este tema. Básicamente se están viendo titulares y noticias que muestran las bondades y grandes avances que supone la neurodetección de la mentira. Así encontramos afirmaciones de los inventores como: “Si el examinado sabe algo, nosotros podemos saberlo. No hay forma de engañar a la máquina.” Se habla también de que no se pueden falsear las pruebas y de que podemos acceder a la mente de los asesinos”. “El FBI, la CIA y la Armada de Estados Unidos ya utilizan mi técnica, pero no puedo conocer para qué tipo de personas o con qué fin” o “la fiabilidad de la prueba es del 99% si se hace correctamente” (todas frases de Farwell). La revista Time lo calificó como uno de los 100 inventos del siglo XXI.

Se habla de infalibilidad y de un campo revolucionario que puede proporcionarnos un mundo más seguro. Se habla de pruebas vanguardistas que ya se implantan en todo el mundo y que pronto serán una nueva forma de hacer justicia. Pero quizás, a lo que estamos asistiendo, aunque sea parcialmente, es a la construcción del prestigio de estas técnicas a los ojos de la ciudadanía.

Hoy en día se sabe que a nivel social ocurren dos tipos de juicios. Uno son los juicios tradicionales que llevan a cabo magistrados y letrados con sus fases de instrucción y juicio oral pero otro son los juicios que realizan los medios de comunicación, que a través de informaciones, filtraciones de sumarios o de simples noticias y rumores deciden muchas veces la culpabilidad de una persona. El peligro aquí radica en que los medios de comunicación consigan la confianza de la ciudadanía en la que podríamos llamar “la máquina de la inocencia”, en base a un prestigio construido mediáticamente y que el resultado del neurodetector sea prueba indiscutible de inocencia o culpabilidad de cara a toda la sociedad, como pasa actualmente con la prueba del ADN. ¿Es ese el camino que llevamos? ¿Existen intereses ocultos en que una máquina decida la culpabilidad de un ser humano sin otras pruebas aleatorias y que tal dictamen sea definitorio?

En la escena internacional se está creando una industria en torno a la neurodetección que ha saltado ya de la investigación al mundo real con empresas como NoLie o Cefos. Ambas dicen maravillas de su técnica, por ejemplo, Steven Laken, el CEO de Cefos habla de una tasa de fiabilidad del 97% poniendo su tecnología muy por delante de otras técnicas como el polígrafo.

Doctor Larry Farwell.

 

La rebelión de los científicos aterrados.

Sin embargo, paralelo a las noticias vertidas a la opinión pública, se está produciendo otro debate, casi lucha encarnizada, a la cual ha accedido AÑO CERO, y que presenta otra cara muy distinta de las pretendidas bondades de los neurodetectores y la incipiente neurojusticia. Existe una fuerte controversia dentro del mundo académico especialmente en los campos de psicología y derecho de cara a la fiabilidad y legalidad de los neurodetectores. Empecemos por el campo de la psicología.

Básicamente existen dos desarrollos fundamentales en el campo de los potenciales evocados (P300). Uno es el desarrollo del doctor norteamericano Lawrence Farwell, el Brain Fingerprinting, y el otro es el BEOS del hindú Champadi R. Mukundan. Ambos sistemas están patentados y no ofrecen la posibilidad de que la comunidad científica conozca la metodología exacta de diagnóstico. Dicha comunidad acusa de ocultamiento y falta de transparencia científica a ambos desarrollos, en una disciplina que debería estar en pruebas y no en aplicación según el consenso académico general.

Con respecto a Farwell, además existen denuncias de mala praxis científica. En 2012 se publica un trabajo científico que acusa a Farwell de ocultamiento y desviación de los estándares científicos a la hora de diseñar y aplicar el  Brain Fingerprinting. Dicho trabajo fechado en 2012, traducido del inglés se titula “Revisión de un tutorial comprensivo sobre la detección de información oculta con la técnica de potenciales evocados” en respuesta al “tutorial comprensivo” que era un trabajo anterior de Farwell sobre su proyecto. Nos limitamos a traducir el último párrafo de las conclusiones: “Así, la publicación de Farwell (2012), no ha pasado ningún proceso de revisión por pares. Mediante la selección interesada de datos relevantes, la presentación de conferencias como publicaciones científicas, y sobre todo lo más preocupante, duplicando el número de participantes de sus experimentos, está falseando el estado de la cuestión de Brain Fingerprinting. Así, su trabajo viola los cuidadosos estándares de la ciencia y en base a que el Dr. Farwell se denomina así mismo un científico, se debería sentir obligado a retractarse de su artículo”. Es difícil imaginar un artículo más duro en ciencia.

En cuanto al caso de Mukundan todavía es más grave si cabe: ¡No existe ninguna publicación científica a nombre de Champadi R. Mukundan sobre BEOS! Por otro lado se han registrado prácticas de obstrucción a la investigación, Mukundan, ¡rechazó que otros científicos independientes revisasen su protocolo de registro y análisis de datos!

En la literatura científica al respecto se puede observar que sobre los neurodetectores de mentiras se está poniendo en tela de juicio al menos afirmaciones sobre 6 puntos diferentes vertidos por Farwell y Mukundan. La primera es que no existe evidencia científica sobre la validez real fuera de laboratorio. Segundo, se constata la falta de evidencias científicas que aconsejen una aplicación directa en el campo de la justicia (sí que tiene aplicaciones en otros campos, como la medicina). Tercero no existe el consenso científico y amplio y creciente que defienden los fabricantes de neurodetectores. Cuarta, en absoluto es confiable al 99%, quinta en un tema polémico la lista de los países que la están empleando con éxito. En este sentido, en el caso español, la Sociedad Española de Neurofisiología Clínica (SENFC) hizo un comunicado en 2014 a raíz de la aplicación del test de la verdad en nuestro país en la que afirmaba: «La correlación entre actividad cerebral y contenidos mentales como la memoria no es aceptada por la comunidad científica. Varios estudios han demostrado errores de la prueba y la posibilidad de falsear voluntariamente los resultados. Esta sociedad no apoya su utilización con este fin».

El comunicado de la SENFC incide en el más grave y último de los seis puntos que denuncia la literatura científica: las pruebas de los neurodetectores basados en P300 son manipulables a voluntad por el sujeto investigado, dichas manipulaciones se denominan contramedidas. Veamos como engañar a la máquina.

Engañar a los neurodetectores de mentiras basados enP300.

El hecho de que exista una serie de contramedidas que falseen el resultado de las pruebas hace que los gobiernos deberían plantearse no usar estas máquinas. Decíamos que la prueba de potenciales evocados se basa en el que cerebro reconozca y reaccione frente a una imagen significativa, por tanto, es absolutamente necesario prestar atención a la información presentada. Por tanto, si el sujeto no colabora, la prueba no es fiable.

Se han registrado tanto falsos positivos como falsos negativos en las pruebas. Si una persona es culpable de asesinato pero la policía no le presenta la información “correcta” que el asesino pueda reconocer, la prueba no arroja resultados positivos, lo que se traduce en una eficacia limitada.

Los potenciales evocados necesitan de memorias presentes en el individuo objeto de estudio, pero tal y como explica en su libro “En busca de la memoria”, Eric Kandel, premio nobel de medicina del año 2000, la memoria es un proceso cognitivo y anatómico a nivel neuronal más complejo de lo que se creía, y en el cual se dan complejos cambios de información como por ejemplo la traducción de la memoria de corto plazo a la de largo. En definitiva, la memoria “no es un USB” como cree la mayoría de la gente sino un proceso altamente complejo, que mediante información y preguntas formuladas en los interrogatorios policiales se puede distorsionar la memoria y provocar falsos recuerdos. En este sentido, la investigación muestra que el P300 no discrimina entre recuerdos reales y falsas memorias.

¿Y entonces como se puede engañar al neurodetector de mentiras? Existen contramedidas realmente efectivas, algunas son físicas como morderse la lengua, apretar los puños o la mandíbula y otras cognitivas, como contar mentalmente hacia atrás, imaginar situaciones estresantes o que induzcan componentes emocionales. Por tanto el P300, se puede manipular, y además la persona que supervisa la prueba no podrá discernir a ciencia cierta si el cerebro del individuo ha reaccionado a una imagen del investigador o a otro estímulo diferente autosugestionado.

 

El mundo del derecho frente a los neurodetectores

También en seno del mundo del derecho ha surgido abundante y significativa literatura en torno a este tema, especialmente en el derecho procesal en torno al análisis de la P300 como prueba pericial en un juicio. Aparte de hacerse eco del estado científico de las pruebas hay otros argumentos en contra de los neurodetectores que pertenecen totalmente al mundo jurídico, el principal argumento esgrimido supone que la realización de pruebas neurológicas violan algunos de los derechos fundamentales protegidos por la constitución. Concretamente en el caso español son, el derecho a la integridad física (al analizar el interior del cerebro humano) recogido por el artículo 15 de la constitución española, el derecho a no declarar contra uno mismo y a no declararse culpable (recordemos que no es necesario hablar para pasar la prueba, con lo cual la misma prueba se puede considerar una declaración) recogido en el artículo 24.2 de la constitución y el derecho a la intimidad en el artículo 18.1.

Esta vulneración debería ser suficiente para impedir el empleo de los neurodetectores en la justicia española, país en el que, recordemos, sólo se ha usado en tres ocasiones en 2014, pero nunca para condenar a un acusado sino para localizar cuerpos en paradero desconocido. Y en general, debería prohibirse tal uso en lo que se entiende de cómo debería funcionar un sistema tan garantista como el jurídico.

Neurojusticia: ¿fiasco jurídico o mundo orwelliano?

Concluyendo, podemos afirmar que en distintos países se ha producido el gravísimo hecho de que se han absuelto y condenado gente usando medios que no cuentan con el respaldo y el consenso de la opinión científica. ¿Qué se esconde detrás de este grave hecho? ¿Simplemente una negligencia en la aceptación de nuevas tecnologías en la justicia? ¿Intereses económicos detrás de los fabricantes y creadores de los neurodetectores? ¿O un plan de más alto nivel para construir un mundo orwelliano mediante la neuroley?

Sea cual sea, las perspectivas no son nada halagüeñas. En realidad, la prueba de potenciales evocados P300, arranca en el año 1965 con los trabajos de Sutton, es digamos un desarrollo ya bastante antiguo, y aunque este no cuente con el respaldo científico por su escasa fiabilidad, ¿Qué pasa con los desarrollos posteriores que posiblemente si lleguen a poder detectar no sólo la mentira sino también el crimen? ¿Qué pasará cuando podamos predecir el crimen a nivel cerebral? ¿Qué ocurrirá cuando la humanidad pueda analizar la mente de un niño de corta edad y estimar que tiene un 90% por cierto de posibilidades de cometer un asesinato, camino que se plantea ya en la neurofisiología clínica?

Hace años que existe una carrera por la comprensión total del cerebro y aunque la prueba de los potenciales evocados pueda ser por el momento fiasco a nivel de herramienta diagnóstica de la mentira, es seguro que otras herramientas más modernas y sofisticadas volverán a plantear el reto de si prohibir estas tecnologías y garantizar un mundo neuroético, o por el contrario nos asomamos al abismo del mundo orwelliano neuropolicial que supone violar nuestra privacidad mental, el último reducto de la libertad humana.

Phineas Cage: el nacimiento de la neurociencia

 

Aunque ya existían estudios y un claro interés científico por el cerebro, podríamos decir que en cierta forma la neurociencia empezó accidentalmente en Septiembre de 1848 cuando un obrero de ferrocarriles llamado Phineas P Cage provocó una detonación de explosivos que hizo que se le clavase una barra de hierro en su cabeza, perforándole el cráneo y entrando por el lado izquierdo, pasando la barra por detrás del ojo izquierdo y saliendo por la parte superior de la cabeza.

Phineas fue considerado un milagro: había sobrevivido al accedente y además se había mantenido consciente en todo momento. No perdió la facultad de hablar, lo cual fue capaz de hacer a los pocos minutos del desafortunado accidente y recibió cuidados de un médico de la zona, llegando con el tiempo a restablecerse completamente de las heridas.

La sorpresa médica llego después de la recuperación. Phineas ya no era Phineas, su personalidad había sufrido una importante transformación. Phineas, que hasta el accidente cultivaba una fama de hombre bueno y responsable se volvió irreverente, impaciente y blasfemo. Pasó a sufrir frecuentes accesos de irritabilidad, gustaba de decir obscenidades y presentaba en general un comportamiento antisocial. Razón que acabó provocando que fuese despedido de su trabajo en el ferrocarril.

El caso pasó a la literatura médica constituyendo una evidencia de que la personalidad reside en el lóbulo frontal. Otros casos de traumatismo encéfalo-craneal fueron acumulando más evidencias dependiendo de qué facultades perdían los pacientes que sufrían los accidentes.

Neurociencia en la justicia española

 

En España, la neurodetección de la verdad solo se ha aplicado en tres ocasiones, en la forma de Potenciales Evocados (P300) también llamado “test de la verdad” en prensa.

El primer caso le fue realizado a Antonio Losilla, marido y presunto asesino de su esposa, Pilar Cebrián tras comunicarle esta que no quería seguir con la relación sentimental que mantenían en 2012. La prueba se practicó en diciembre de 2013 y no arrojó ningún resultado positivo. Además posteriormente fue declarada nula por el Tribunal Superior de Justicia de Aragón, quien la considera inconstitucional.

La segunda fue en el caso Marta del Castillo, una vez condenado su asesino, Miguel Carcaño, se le aplicó la prueba el 25 de Febrero de 2014, no para validar su culpabilidad, sino para descubrir el lugar del cuerpo de Marta y que en el transcurso de la prueba, el cerebro de Carcaño reaccionó positivamente ante la imagen de una carretera de Sevilla, posible paradero del cuerpo, pero que una posterior búsqueda en dicho lugar resultó infructuosa.

El tercer caso de la prueba se le aplicó a Fernando Silva Sande alias “Antón” en el grupo terrorista GRAPO, en Septiembre, por el caso Publio Cordón Munilla, empresario de una mutua médica y de seguros secuestrado en 1995. El objetivo de la prueba era también localizar el cuerpo de la víctima y aparentemente dio un resultado positivo al reaccionar ante una imagen tomada en el sur de Francia.  El cuerpo sigue hoy en paradero desconocido pese a la prueba.

¿Lo sabías?

La prueba de los potenciales evocados P300, aunque actualmente se le conozca como el test de la verdad, lo cierto es que tiene su origen como prueba de diagnóstico clínico de enfermedades como el autismo o los trastornos de déficit de atención e hiperactividad. El motivo de este curioso origen es que la prueba permite comprobar la actividad cerebral independientemente que el sujeto hable o no. Es idóneo para saber si el cerebro de un niño autista está reaccionando a un estímulo sin hablar con él.