Tal día como hoy en 1944, Antoine de Saint-Exupéry, autor francés de «El Principito», es derribado con su avión, un P-38 Lightning, en aguas de Marsella y muere. Nunca se hallará su cadáver.

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Y rió nuevamente.

—Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: «Las estrellas me hacen reír siempre». Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada…

Y se rió otra vez.

—Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben reír… Una vez más dejó oír su risa y luego se puso serio.

—Esta noche ¿sabes? no vengas…

—No te dejaré.

—Pareceré enfermo… Parecerá un poco que me muero… es así. ¡No vale la pena que vengas a ver eso…!

—No te dejaré.

Pero estaba preocupado.

—Te digo esto por la serpiente; no debe morderte. Las serpientes son malas. A veces muerden por gusto…

—He dicho que no te dejaré.

Pero algo lo tranquilizó.

—Bien es verdad que no tienen veneno para la segunda mordedura…

Aquella noche no lo vi ponerse en camino. Cuando le alcancé marchaba con paso rápido y decidido y me dijo solamente:

— ¡Ah, estás ahí!

Me cogió de la mano y todavía se atormentó:

—Has hecho mal. Tendrás pena. Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad.

Yo me callaba.

— ¿Comprendes? Es demasiado lejos y no puedo llevar este cuerpo que pesa demasiado.

Seguí callado.

— Será como una corteza vieja que se abandona. No son nada tristes las viejas cortezas…

Yo me callaba. El principito perdió un poco de ánimo. Pero hizo un esfuerzo y dijo:

— Será agradable ¿sabes? Yo miraré también las estrellas. Todas serán pozos con roldana herrumbrosa. Todas las estrellas me darán de beber.

Yo me callaba.

— ¡Será tan divertido! Tú tendrás quinientos millones de cascabeles y yo quinientos millones de fuentes…

El principito se calló también; estaba llorando.

— Es allí; déjame ir solo.

Se sentó porque tenía miedo. Dijo aún:

— ¿Sabes?… mi flor… soy responsable… ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo…

Me senté, ya no podía mantenerme en pie.

— Ahí está… eso es todo…

Vaciló todavía un instante, luego se levantó y dio un paso.

Yo no pude moverme.

Un relámpago amarillo centelleó en su tobillo. Quedó un instante inmóvil, sin exhalar un grito. Luego cayó lentamente como cae un árbol, sin hacer el menor ruido a causa de la arena.

 

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